El arte es nuestra intima salvación, el jardín secreto que, sin cesar, nos refresca y nos embalsama.
Poesía, pintura, escultura, música, lo que sea, ¡la cuestión es evadirse de lo banal, elevarnos por encima del polvo, crear lo grande en vez de sufrir lo pequeño, traer brotar la chispa de lo extraordinario que todos poseemos, y convertirla en grandioso incendio!
Los siglos muertos y negros son aquellos en los que las almas dudaron ante este esfuerzo. Los siglos luminosos son los que pudieron contemplar a las grandes llamas del alma de los hombres, jalonando, dominando las montañas del espíritu.
Las únicas y verdaderas alegrías no son las que los otros nos dan, sino las que llevamos en nosotros mismos, creando nuestra fe y alimentando nuestra acción.
Lo demás viene y desaparece como la espuma del mar, reluciendo en el borde mismo de la ola, temblando al extinguirse en la arena y muriendo al punto, al reflejo de las ondas.
Así es la felicidad que los demás nos dan.
La alegría que nace de nuestra pasión de vivir y de nuestra voluntad es semejante a la fuerza inmensa que rueda y ruge en el abismo del mar, que salta al encuentro del sol y que se renueva cada segundo que pasa.
Agarrados al barco, hay que saber mirar como lanza el mar poderoso sus olas, como inmensas pieles de leopardo, extendiéndose, flexibles y lustrosas, levantándose como un fuego hecho de plata o como un ramo prodigioso, de blancas flores; sin cesar, la vida vuelve, brinca; nada, hasta el fin del mundo, podrá detener su ímpetu.
Así deben ser nuestros corazones: fuertes, impetuosos; pero como esa maravillosa fuerza rimada, ordenada y medida como una eterna canción.
Durante el día, en maestros puestos, pensamos en cosas banales.
Pero, de noche, la imaginación teje sus sueños y nos lleva en las alas de su fantasía, de sus recuerdos, de sus vibraciones.
León Degrelle